lunes, 9 de mayo de 2016

Primer sinsabor del Giro

Entrar en la polémica sobre cuál de las tres grandes carreras del calendario del ciclismo es la mejor, la más importante o la que tiene más espectáculo, es entrar en una eterna e inútil discusión.  Cada una tiene lo suyo. El Tour, la Vuelta y el Giro son el nivel superior del pedal, y cada año sus organizadores intentan sorprendernos. Eso sí, muchas veces esos intentos son más desaciertos que novedades que realmente valgan la pena. 

El Giro de Italia es la prematura de la tres carreras. Se corre en mayo, cuando todavía el frío de un invierno retardado o de una primavera tímida golpean algunas zonas de Europa, especialmente en la bota itálica. Allí es donde radica su encanto. Es ciclismo puro. Es la carrera que más contrasta con el Tour, que se hace en verano, dos meses después, con el marco climático de una calor sofocante, en medio de un intenso verano y con los europeos en vacaciones. 

El frío es al Giro lo que el calor es al Tour. Tal vez por ese detalle es que suena un poco tonto meterle tres etapas en Holanda, con algo calor, un fuerte viento de costado, en terrero totalmente plano  y por la misma carretera que pasa por el lado de Papedal.  Más absurdo aún, meter un día de descanso solo después de tres etapas, para efectos meramente logísticos y poder llevarse el lote hasta el sur de Italia. Para mi gusto, un desacierto total. 

El Giro es sinónimo de nieve, de alta montaña, de carreteras estrechas, de sufrimiento, de pasta, de vino, de hazañas como las de Moser, Copi y Pantani; el Giro pasa por esas tierras italianas que cambian abruptamente del verde intenso a un café árido con matices del blanco nevado. El Giro no es Holanda ni tulipán. Uno entiende que haya fuertes intereses comerciales, que hay que vender... pero ¿a qué precio?  ¿Al de los pedalistas que se ven sorprendidos por un descanso prematuro que seguramente pasará factura la última semana?, ¿o al de la carrera misma, que con esos recorridos "añadidos" va perdiendo su esencia de leyenda?