miércoles, 28 de enero de 2015

La injusta imperfección del fútbol



El fútbol es un juego tan imperfecto que no debería llamarse deporte. Es un espectáculo injusto, que mueve masas y millones de dólares, pero que no le da garantías suficientes de equidad e igualdad de condiciones ni a quienes lo practican ni a quienes lo disfrutan. Lo cruel es que es seguramente por esto que nos atrae, nos seduce y nos gusta.

Los principios del deporte moderno entran en conflicto cuando se mira el fútbol. Que un jugador haga un gol con la mano y con él defina la participación de un equipo en un torneo, como ocurrió esta semana con el Cúcuta, no es más que un hecho accidental del juego, que se presenta porque el mismo juego lo permite. Que el árbitro, que no vio la mano, y que la dirigencia del fútbol, que sí la vieron, no hagan nada frente al hecho, “por reglamento”, es un absurdo. Se privilegia la trampa, lo que nada tiene que ver con la libertad, la igualdad y la fraternidad, principios que fundamentaron la consolidación del deporte como una práctica humana significativa en nuestra época.

Como en toda actividad humana, y como en todo deporte, la norma se queda corta ante la debilidad de nuestra especie. Siempre aparecerá alguien que intente ganar dopado, que quiera administrar lo de todos sacando provecho personal, que quiera ser el mejor haciendo trampa, que intente hacer algo ilegal. Eso lo sabemos. Lo curiosamente extraño es que en el fútbol se termine aceptando que eso es parte del juego; que quienes administran el espectáculo terminen siendo cómplices del fraude y no acepten, como en otros deportes, modificaciones de fondo al reglamento. 

Siguiendo con los ejemplos, no tiene ninguna lógica que en el fútbol el árbitro tenga que ser más atleta que los mismos futbolistas que lo practican. Tiene que correr a la par de ellos y en medio de su exigencia física sus decisiones se fundamentan en apreciaciones, es decir, en subjetividades. Además, no puede apelar a la tecnología como ayuda, como lo hacen otros deportes. Dirán algunos que esa imprecisión hace al fútbol muy “humano” y lo acerca a nuestro diario vivir, o que si se acepta la tecnología se le “cortaría el ritmo a los partidos”. Es verdad, pero no es por ello es ideal ni justo. Sobre todo cuando se juegan tantos intereses económicos y la representatividad de un pueblo.

El fútbol es un fenómeno social casi inexplicable. Lo disfrutamos, lo sufrimos, lo analizamos, y se mete en nuestras vidas; en fin, lo vivimos a plenitud. Eso no quiere decir que no pueda ser mejor, más justo, más legal y más equitativo. Se vale soñar. Es un juego imperfecto y delicioso, pero no es equitativo, y a sus manejadores no les interesa que lo sea. Solo por eso no debería ser considerado deporte.