jueves, 26 de febrero de 2015

Campeones mundiales en promesas incumplidas


Otro título mundial para Colombia. Nuevamente una gran alegría.  La piel erizada escuchando el himno Nacional, esta vez en París. Una alegría más de cuenta de las ruedas. Sin señal de televisión, pero pegados a la pantalla del computador. Con drama por la caída cuando apenas empezaba la prueba, con emoción por la forma como se recuperó Gaviria y con mucha tensión por la matemática de la carrera y la resolución  de la misma. Una nueva página gloriosa de nuestro deporte, que sigue siendo nuestra mejor bandera ante el mundo.

Al final de la prueba, un nuevo héroe nacional; un ciclista joven, provinciano, humilde y aguerrido. Viéndolo en el podio volví a sentir ese orgullo grande por ser colombiano; pero al mismo, en medio de tanta emoción,  se me cruzó un pensamiento malvado por la mente que se convirtió en una respetuosa pero directa petición que lancé en mi cuenta de twitter: “Por si acaso, presidente Santos: no le vaya a prometer un velódromo a Fernando Gaviria que ya hay uno prometido”.

Pareciera una tradición en Colombia. Si un deportista gana, el mandatario de turno promete. Si hay medalla, hay tarima; y por supuesto foto con el protagonista de la hazaña. Y en medio del vitrinazo, frente al pueblo que orgulloso aclama a su ídolo, que obviamente  es el deportista (no sobra la aclaración), la consabida promesa de una casa, un escenario deportivo, la pavimentación del acceso al municipio de donde es oriundo el nuevo campeón, una beca, apoyo económico para que siga su carrera deportiva y cualquier otro elemento material que haga falta. El momento de la gloria es ideal para vender ilusión.

Tiempo después, viene la desilusión. La casa que nunca llegó, la beca que no es completa o el escenario que no se puede hacer. También vienen las explicaciones: falta la reserva presupuestal, la licitación que no se pudo hacer, la disculpa porque se disparó el costo del proyecto… A veces cumplen, es cierto; pero la mayoría de las veces no. El inventario es largo  y no vale la pena recordarlo.

Lo que requieren los deportistas de sus mandatarios de turno, locales, regionales o nacionales; de la administración pública y de la administración deportiva, son garantías reales para poder hacer quedar bien al país. Esas garantías deberían ser parte de la gestión y no palabras de ocasión.



lunes, 16 de febrero de 2015

¿Cómo recordar al pirata?

A Marco Pantani lo recuerdo con una pañoleta en la cabeza soltando al lote literalmente cuando le daba la gana  en las nevadas montañas del Giro. Recuerdo al escalador, al ciclista, al deportista que siempre admiré; así después me haya desengañado. Aunque todos lo hagan, no quiero recordar al ser humano con conflictos y momentos oscuros (todos los tenemos) y con un final dramático del que siempre aparecerán nuevas y confusas versiones.

Ayer vi, oí y leí a más de uno ocupado de lo último y sin una sola línea para lo primero. Pese a que la leyenda se esfumó por temas de doping y a que el mito se derrumbó por las circunstancias de su muerte, sigo recordando a Pantani como uno de los grandes animadores del lote ciclístico mundial. Ganó un Giro y un Tour, y lo vimos colgarse el bronce en Duitama en el mundial del 95, detrás de Olano e Indurain. Pocos como él. Un escalador explosivo, único; un ciclista aguerrido y batallador. Así lo recuerdo. Dicen que la memoria es selectiva; la mía no es la excepción.
El 14 de febrero de 2004, un día de San Valentín, el botones de un hotel en Rímini forzó la puerta de la habitación en la que yacía su cuerpo inerte, por sobredosis de cocaína, según el reporte forense. Once años después muchos quieren recordar únicamente su miseria humana, sus defectos, sus tragedias, sus caídas y recaídas. ¿Será que esa es la forma de enseñarle un buen camino a las nuevas generaciones?, ¿o será que simplemente es la forma de ensañarnos contra la fragilidad humana, la levedad de la que hablara Kundera, en una generación de deportistas caídos en desgracia?

Sí, reconozco que su historial deportivo quedó manchado. Por supuesto;  no se trata de santificar a un pecador. Cómo olvidar, por ejemplo, la exclusión de un Giro que tenía ganado en el 99 por tener los hematocritos altos y luego todos los problemas con la coca.  Terrible. ¿Pero fue lo único?, ¿siempre fue el monstruo que hoy recrean?, no creo. Para mí, no. Me divertí viéndolo pedalear, lo admiré y lo idolatré como ciclista; luego vi cómo el hombre se derrumbó. La maldita fragilidad de nuestra especie; esa misma que no nos deja dejar a los muertos en paz. Amigos de la cicla: no es lo uno por lo otro… es lo uno con lo otro. 

jueves, 12 de febrero de 2015

No más sanciones al cemento. Pongámonos serios.


El deporte es una actividad que despierta pasiones y genera identidades; y en consecuencia, tiene que desembocar en la formación de rivalidades. Es su naturaleza. Obviamente, bajo un estricto control social que no permita  que desemboquen en acciones lamentables. Con estas características, hay unas disciplinas que por tener más impacto en la sociedad, como el fútbol,  generan permanentemente situaciones extremas; que requieren más cuidado. Ahora, si para controlar lo que el deporte genera hay que acabar su esencia, es decir,  las pasiones, las identidades o las rivalidades, eso significa que el deporte, caso concreto el fútbol, se le salió de las manos a la misma sociedad. El sábado en la noche vivimos nuevamente otro clásico antioqueño con hinchas de un solo color en la tribuna, y la verdad, fue un clásico insípido, simple.

Cuando hay problemas dentro o fuera de los estadios por partidos de fútbol, asunto que lastimosamente es cada día más común, nuestras administraciones municipales, nuestras autoridades y nuestros gobernantes de turno  muestran su experticia para  castigar el cemento y no a las personas responsables. Se volvió costumbre el denominado “cierre de fronteras”, a las barras que tienen algún comportamiento  ilegal se le prohíbe usar por algunos partidos la parafernalia con trapos, bombos y papel picado; y es muy común que se cierran tribunas y hasta que se jueguen partidos “a puerta cerrada”. Se sanciona al colectivo, se castiga el espectáculo. Al mejor estilo de la escuela cuando un alumno hace la pilatuna, y ante la imposibilidad de encontrar al culpable, la profesora deja sin recreo a todo el grupo.

Claro, en 26 años trabajando en medios y cubriendo el fútbol, siempre he visto en las tribunas a hinchas irracionales; a salvajes que se ocultan en la masa para violentar, atacar y matar; a personas decentes que no controlan sus pasiones y se transforman en delincuentes de ocasión; a antisociales que se van armados  al estadio. Terrible, sí. Inconcebible. Triste. A esos individuos, que son muchos  y cada día son más (no “unos pocos” como algunos califican a veces), es a los que se debería sancionar  y castigar.

Es un tema muy complejo, dicen a diario nuestras autoridades. Cierto. Se requiere el compromiso de todos: jugadores, directivos, clubes, medios de comunicación, aficionados, barras, administraciones municipales, autoridades; claro que sí. El problema nos cogió venta a todos. De acuerdo. ¿Entonces?, ¿nos seguimos lamentando?, ¿cerramos los estadios?, ¿acabamos el fútbol?,  ¿restringimos el ingreso solo a adultos? No seamos pendejos.


Como en el chiste viejo: organicémonos. Qué tal si desempolvamos la famosa Ley 1445 de 2011, llamada Ley del fútbol, y la aplicamos como debe ser. Qué tal si carnetizamos a los hinchas, como lo exige dicha Ley. Qué tal si el ingreso a los estadios se hace con identificador de huella. Qué tal si ponemos a funcionar las famosas cámaras de seguridad dentro delos estadios. Qué tal si  dejamos que los hinchas del otro equipo entren y controlamos de verdad. Si hay agresiones o enfrentamientos, pues apliquen la Ley; que hasta bien bonita es. 

martes, 3 de febrero de 2015

Señores del fútbol: el siglo XXI ya llegó


No es que sea una discusión de nunca acabar. Más bien, es una discusión que nunca se ha dado, o en el mejor de los casos, se ha disfrazado. La FIFA le ha tenido la puerta cerrada a las ayudas de este tipo con el argumento de que sería injusto porque en algunas regiones del mundo las condiciones económicas obstaculizan  el acceso a ella.  Argumento baladí. Injusto es que cada día veamos resultados amañados, decisiones absurdas, apreciaciones erróneas, goles con la mano y acciones ilegales que terminan siendo determinantes. No basta con las sanciones de oficio a las acciones por fuera del fair play, como la de Compagnucci en el Sub 20, que siempre son posteriores al juego; se requiere urgente que con ayudas tecnológicas se pueda intervenir directamente en el juego cuando haya acciones ilegales y evidentes.

Otros deportes como el baloncesto, el rugby y el taekwondo, por mencionar solo tres, ya entendieron que el siglo XXI es el de la tecnología, y que ésta como extensión de la capacidad del hombre tiene que significar una ayuda y no un obstáculo. El asunto es cómo sacarle provecho. Es interesante ver en el rugby cómo cuando el árbitro duda de su apreciación pide la ayuda del video para estar seguro de su decisión. Es emocionante ver en la NBA cómo los árbitros apelan al video, si hay dudas en faltas, en los valores de los lanzamientos o el cronómetro del juego. Se hace con ampliación en una pantalla gigante a ojos de todo el coliseo, en los últimos minutos del juego -que es cuando se decide el marcador-. Y es demasiado justo ver en el taekwondo cómo el entrenador puede solicitarle revisión del video al juez si duda de una de sus decisiones; con la norma de que si la reclamación no es válida pierde el derecho al reclamo por el resto del combate. Que se puede, se puede; es cuestión de voluntad y de planeación.

Ya no hay razón para que el fútbol siga ufanándose de su imperfección, “de su condición humana”, de su injusticia y de su arbitrariedad. Se requiere evolución. Y nadie está hablado de cambiar el juego, de intervenir en su dinámica, de acabar con el espectáculo o de hacer, como dicen algunos, “una cosa diferente al fútbol”. Ni el tenis dejó de ser tan emocionante y divertido con el ojo de halcón, ni el ciclismo y el atletismo perdieron su gracia con el fotofinish. Lo que propongo es sencillo y necesario: un mayor rigor arbitral, un juzgamiento más acertado; más calidad. No es mucho pedir y la solución ya está inventada. En la medicina, en la ingeniería, en el arte, en casi todas las actividades humanas, entre ellas el deporte, el ojo humano recibe ayuda tecnológica y mejora. ¿Por qué en el fútbol no?

¿Qué tal un cuarto juez que pueda revisar de inmediato si el gol fue con la mano o no?, ¿qué tal la posibilidad de que cada técnico pueda pedir la revisión de 2 jugadas por partido?, ¿qué tal que el árbitro antes de reanudar el juego por un gol dado, ante el reclamo  pueda mirar si hay o no fuera de lugar?. Se puede prestar para confusiones porque hay jugadas ambiguas, dirán algunos; cuando eso pasa en la NBA por ejemplo, cuando el video no es claro, prevalece la decisión que tomó el juez. Así de sencillo.

Es casi imposible que un árbitro pueda tomar una decisión correcta corriendo al mismo ritmo de quienes participan del juego. Señores FIFA, señores románticos: no es inequidad, no es perder la dinámica, no es dañar el juego. Es evolución. Señores del fútbol: bienvenidos al siglo XXI.