El fútbol es un juego tan
imperfecto que no debería llamarse deporte. Es un espectáculo injusto, que
mueve masas y millones de dólares, pero que no le da garantías suficientes de
equidad e igualdad de condiciones ni a quienes lo practican ni a quienes lo
disfrutan. Lo cruel es que es seguramente por esto que nos atrae, nos seduce y
nos gusta.
Los principios del deporte
moderno entran en conflicto cuando se mira el fútbol. Que un jugador haga un
gol con la mano y con él defina la participación de un equipo en un torneo,
como ocurrió esta semana con el Cúcuta, no es más que un hecho accidental del
juego, que se presenta porque el mismo juego lo permite. Que el árbitro, que no
vio la mano, y que la dirigencia del fútbol, que sí la vieron, no hagan nada frente
al hecho, “por reglamento”, es un absurdo. Se privilegia la trampa, lo que nada
tiene que ver con la libertad, la igualdad y la fraternidad, principios que
fundamentaron la consolidación del deporte como una práctica humana
significativa en nuestra época.
Como en toda actividad
humana, y como en todo deporte, la norma se queda corta ante la debilidad de
nuestra especie. Siempre aparecerá alguien que intente ganar dopado, que quiera
administrar lo de todos sacando provecho personal, que quiera ser el mejor
haciendo trampa, que intente hacer algo ilegal. Eso lo sabemos. Lo curiosamente
extraño es que en el fútbol se termine aceptando que eso es parte del juego; que
quienes administran el espectáculo terminen siendo cómplices del fraude y no
acepten, como en otros deportes, modificaciones de fondo al reglamento.
Siguiendo con los ejemplos,
no tiene ninguna lógica que en el fútbol el árbitro tenga que ser más atleta
que los mismos futbolistas que lo practican. Tiene que correr a la par de ellos
y en medio de su exigencia física sus decisiones se fundamentan en apreciaciones,
es decir, en subjetividades. Además, no puede apelar a la tecnología como
ayuda, como lo hacen otros deportes. Dirán algunos que esa imprecisión hace al
fútbol muy “humano” y lo acerca a nuestro diario vivir, o que si se acepta la
tecnología se le “cortaría el ritmo a los partidos”. Es verdad, pero no es por
ello es ideal ni justo. Sobre todo cuando se juegan tantos intereses económicos
y la representatividad de un pueblo.
El fútbol es un fenómeno
social casi inexplicable. Lo disfrutamos, lo sufrimos, lo analizamos, y se mete
en nuestras vidas; en fin, lo vivimos a plenitud. Eso no quiere decir que no
pueda ser mejor, más justo, más legal y más equitativo. Se vale soñar. Es un
juego imperfecto y delicioso, pero no es equitativo, y a sus manejadores no les
interesa que lo sea. Solo por eso no debería ser considerado deporte.
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