Quién iba a pensar que la nobleza
cabe en una sola frase. “Quiero decirles que lo siento, que quería tener la
medalla de oro… pero no se pudo”. Fue lo
primer que dijo Yuri Alvear ayer al final de su combate ante la japonesa Hakura
Tachimoto en la final de la categoría de 70 kilogramos del judo. Ella ganó una medalla
de plata olímpica ¡y nos presentó excusas! Ni más faltaba. Esta vallecaucana está
en la corta lista de cuatro colombianos que han conseguido dos medallas en la
máxima cita deportiva del mundo. Fue bronce en Londres y plata en Río… Y nos
dice que lo siente. ¡Qué pena con Yuri! Los que tenemos que sentirlo somos
nosotros.
Voy a ser claro: tenemos a una de
las mejores Judocas del mundo y no sabemos lo que tenemos. No lo entendemos. Es
el momento de decirle a Yuri que lo sentimos. Sí, nos da pena. Nos avergüenza gritar
sus victorias sin comprender cómo es que se hace un ippon; nos da pena celebrar
sus medallas sin comprender que es un wasari; y nos sonrojamos al verla en
televisión disputando una pelea en Golden Score sin entender por qué el tiempo
se acabó y ella sigue peleando.
Triste, pero cierto. Así como
Yuri muchos de nuestros deportistas ganan en medio de nuestra ignorancia
deportiva. Qué poco sabemos de Judo, de Levantamiento de Pesas, de Boxeo… Seamos
sinceros: muchos de los que leen estas líneas todavía se burlan de los
marchistas con su particular andar acompasado, apagan el televisor cuando aparecen dos
cuerpos trenzados en un combate de lucha o le buscan el chiste a la manera como
se le desorganiza el peinado a Yuri Alvear cuando compite.
Ahora, no se trata de volvernos especialistas.
Se trata de no tenernos que sonrojar ante nuestros campeones el día que
queramos tomarnos con ellos en una selfie y no les sepamos siquiera el nombre
completo. Se trata de llevar a los hijos de vez en cuando a ciclo ruta, de mirar
de vez en cuando algún deporte diferente al fútbol en televisión, de asistir a
alguno de esos campeonatos nacionales que hacen en silencio en nuestras
ciudades, de buscar alguna información mínima en las redes sociales y de tratar de entender la real dimensión que tiene
una medalla, un diploma y una clasificación a los Juegos Olímpicos.
Empecemos por algo sencillo, que
en la religión católica llaman “el acto de contrición”. Reconozcamos que cuando
vemos a nuestros medallistas olímpicos sabemos muy poco de ellos y de lo que
hacen. Y siguiendo en esta misma línea, parafraseemos la cita bíblica, seamos tan nobles como nuestra medallista y digámosle
con sinceridad: ¡Yuri: perdónanos porque no sabemos lo que haces”.