domingo, 29 de junio de 2014

¿Nuevo orden mundial o solo sorpresas de primera fase?


Es prematuro hablar de un nuevo orden mundial en el fútbol; y es un irrespeto  menospreciar lo hecho por selecciones como costa Rica o Colombia que han sorprendido en la primera fase. Lo primero solo podrá afirmarse si cuando la Copa del Mundo esté en sus instancias definitivas aparecen entre los semifinalistas 3 o 4 equipos de los no tradicionales. Lo segundo es un desconocimiento irresponsable al trabajo serio de algunas selecciones, al buen momento de algunos jugadores y a unas generaciones nuevas de futbolistas que han ido ganando espacio en las grandes ligas del mundo.

La primera fase de los mundiales siempre resulta emotiva. Siempre hay campeones del mundo que decepcionan, equipos que sorprenden y resultados que dañan todo tipo de apuestas. En Sudáfrica 2010, por ejemplo, Francia terminó la fase de grupos con un solo punto e Italia fue el último de su grupo, mientras Corea del Sur y Eslovaquia sorprendieron entre los 16 clasificados. Ese es el referente inmediato, que a algunos olvidan al calificar de desastre la eliminación en primera fase de España e Inglaterra en el mundial actual.

Al repasar la historia, es claro que solo 8 países han sido campeones del mundo, y que únicamente 12, dos de los cuales ya desaparecieron, han disputado la final. Incluso, revisando las semifinales, son 24 los países que han accedido a esta instancia. Un dato adicional: a las semifinales siempre accede un equipo sorpresivo que termina luchando por el tercer puesto.  Aunque no sea una norma determinante, la lucha por el título en un mundial tiene su peso histórico. Esto hace suponer, que cuando los mundiales avanzan a su fase de cuartos de final, las sorpresas se  reducen e impera cierta lógica de los grandes.

El mundial de Brasil no es distinto a los anteriores. La primera fase ha estado cargada de emotividad y de goles; al punto que va camino a tener la cifra más alta de anotaciones en toda la historia; pero decir que por ello hay un nuevo orden o aventurar a decir que uno de estos  equipos es el candidato al título es demasiado apresurado. Las fases que vienen tienen una lógica diferente, pues son duelos directos, sin margen de error, en los que uno de los dos rivales avanza y el otro tiene que terminar su sueño. ¿Pesará la historia?, creo que sí.


Brasil 2014 nos ha dejado muchas emociones, particularmente por la presencia de Colombia después de 16 años y por la mejor actuación de nuestro país en una primera fase. El camino que sigue ahora es propio para hacer realidad sueños, pero también para aterrizajes forzosos en una historia en la que nunca hemos sido protagonistas. El tiempo lo dirá. El fútbol permite todo tipo de opiniones, pero mantener los pies en la tierra y respetar los logros de cada quien es un buen principio para que las opiniones tengan soporte y sirvan para el debate. 

jueves, 19 de junio de 2014

Hora de disfrutar, no de sufrir


Llegó la hora. No la de sufrir ni la de hacer fuerza; tampoco la de soñar con resultados improbables, la de lamentarse por las lesiones o la exigir imposibles. Es un gran momento. De ilusionarse con una buena presentación y sobre todo, de disfrutar. Es tiempo de mundial, y el certamen orbital tiene que servir de fiesta sana, de goce, de deleite. La presencia de Colombia después de 16 años de ausencia tiene que significar orgullo de patria y emoción. No olvidemos la historia. Ya aprendimos a creernos campeones del mundo, ya sacrificamos a un caballero, ya vivimos los tiempos de los problemas de camerino y de la desilusión. Ojalá este mundial, independiente del resultado, sea un mundial que nos permita sonreír; solo eso.

En lo futbolístico, seguramente tendremos diferencias de conceptos. Es apenas natural en este campo. Cada colombiano tiene su propia nómina. Lo mismo ocurre en los otros 31 países. Lo que debemos aceptar es que a la cancha va la que defina el profesor Pékerman. Él es el responsable de escoger los 11. Lo fue de los 30 y luego de los 23. Ojalá la discusión no se centre en quién debe jugar o en por qué no jugó alguno. El fútbol tiene mucho más que nombres. Ese es otro renglón que deberíamos de superar como país. Además, tampoco es que haya mucho para discutir al respecto.

Lo de la nómina se acaba en dos párrafos, porque la columna vertebral está clara: Ospina-Yepes-Sánchez-James-Teo. Esto ya un gran logro. Las circunstancias de hoy, con las lesiones y la sanción de Guarín para el primer juego no dan pie a discusión. La tarea del DT será escoger los complementos ideales; en lo que tampoco hay demasiado para especular. A esos cinco, se deben sumar los dos laterales: Zúñiga y Armero. No están en su nivel máximo, pero esos son. Así las cosas, son 7 de 11 que difícilmente admiten cuestionamiento.

Los otros 4 tienen combinaciones sencillas. En la pareja de centrales la fórmula es Yepes-Valdés, Yepes-Zapata o Yepes-Álvarez Balanta. Primer complemento a definir. ¿Personalidad, temperamento, técnica, velocidad o experiencia? El técnico sabrá. Igual ocurre en la línea de recuperación: ¿Sánchez-Aguilar o Sánchez-Mejía? Segundo complemento a definir. ¿Fuerza o dinámica? Y en los delanteros está la tercera combinación: Teo-Bacca, Teo-Ibarbo, Teo-Ramos, Teo-Jackson. Tercer complemento a definir. Aunque Pékerman siempre jugó con dos nueves.
Y el cuarto complemento está en el medio: James-Cuadrado o James-Ibarbo. ¿manejó o explosión? ¿Cuál aporta más al 3 cuando no se tiene la pelota?


Lo de como asumir la presencia en el mundial se agota aún más rápido. Seamos sinceros; al mundial va lo mejor que tenemos luego de descartar lesiones. Si se quedó uno de gran nivel por fuera, no se quedaron dos. Razones habrá Y seamos más sinceros aún: entramos al mundial con las mismas posibilidades que Brasil o Alemania; pero con las misas de Boznia o de Argelia. No tenemos una gran historia, no hemos pasado nunca de la segunda fase y los mundiales tienen una tendencia en la que nunca hemos estado. Por eso insisto: disfrutemos  cada minuto, cada jugada y cada partido. Si son más de tres juegos tendremos motivos para la fiesta; pero si son solo tres, también.  No es derrotismo, advierto; yo también sueño con una actuación histórica; pero mantengo el polo a tierra. Colombia está en la gala del fútbol mundial; y eso es motivo más que suficiente para el goce y el disfrute. De ahí en adelante, cualquier resultado es ganancia. Las tres veces anteriores no lo entendimos así; y sufrimos. 

domingo, 8 de junio de 2014

¿De quién son los triunfos de los ciclistas?



Cuando ganan Quintana, Urán o Arredondo ganamos todos, gana Colombia entera; sin privilegios y sin excepciones. Los triunfos de los deportistas nacionales no pertenecen a nadie en particular: ni a los políticos, ni a los periodistas, ni a los patrocinadores, ni a los dirigentes, ni a una región en especial, y aunque suene cruel, ni siquiera a las familias de los deportistas o a ellos mismos.

La identidad con el ídolo es un fuerte y poderoso factor inherente al deporte, al punto que ninguna otra actividad humana logra los niveles de identificación que éste consigue cuando los resultados son positivos, como ocurre ahora con los pedalistas nacionales.  Además, en nuestro caso son tan escasos los referentes que nos enorgullecen colectivamente que una victoria como la del Giro despierta un fervor patrio inigualable.

Puede que suene a argumento baladí, pero hay un elemental detalle del lenguaje en estas victorias que no puedo dejar pasar desapercibido. Hoy cualquier colombiano, lejos de gustarle  o no el ciclismo, de haber seguido en detalle la carrera o no, se refiere a los héroes del Giro con formas tan familiares como “Rigo” o “Nairo”, con posesivos como “nuestros ciclistas”, y con plurales como “ganamos”, “somos campeones”, que demuestran apropiación total del título conseguido por ellos.

Tener una identidad, afirma Victoria Camps, “ssignifica diferenciarse de la vulgaridad indiferenciada”. Ahí es donde cobra valor simbólico un triunfo o una derrota de un deportista. No ganó el ciclista, no ganó Quintana, “ganamos” todos, absolutamente todos. Ahí está la gracia  del deporte.

No es el momento de salir a cobrar. No le queda bien a nadie aprovecharse del fervor y de la alegría provocadas por la histórica victoria salir a reclamar el triunfo como propio. Así hubieran hecho algo importante y aportante para el 1 – 2 en el Giro, suena impertinente, disonante, fuera de foco y hasta fastidioso salir a decir que tienen parte importante. Ni siquiera los ciclistas, que finalmente fueron los que hicieron el esfuerzo,  lo expresaron así. Ellos, con su característica humildad, pluralizaron su victoria individual, se la dedicaron a todos los colombianos y la volvieron nacional.


En medio del caos político, de las dificultades sociales, de los problemas económicos, de la crisis de valores, de la inseguridad en las ciudades, de las envidias de algunos periodistas, de la guerra de marcas entre los patrocinadores, de los gustos particulares de cada población o región y de la terrible inequidad en el campo,  el único placer que disfrutamos en colectivo, en Colombia, es el que nos brinda el deporte. Somos un país que necesita del deporte para enriquecer su colectivo moral, para alegrar su vida y sobre todo, para ver la vida color rosa en medio de su dureza.

Identididades peligrosas en el deporte


¿Se imaginan a Colombia dividido entre “uranistas” y “quintanistas”?, ¿qué tal un grupo de aficionados vestidos de camiseta rosa, armados de palos y armas blancas, rumbo a un sitio de reunión para ver la etapa el Giro, esperando a encontrarse de frente con los seguidores de Nairo para descargar su ira y atacarlos con sus armas? Menos mal el ciclismo de hoy no da para eso. Aunque en alguna época en los albores de este deporte se llegaron a desbordar los regionalismos, hoy esta disciplina deportiva solo genera identidades de patria y emociones que no van a la irracionalidad salvaje tan tristemente común en el fútbol.

Si bien una de las características del deporte moderno es la generación de identidades, dejar que éstas se vayan al extremo de la irracionalidad es supremamente peligroso. Nada justifica, por ejemplo, que el día de la final del fútbol colombiano se hayan registrado 5 muertos en Barranquilla, 1 en Medellín y disturbios en 16 ciudades más del país. Y eso que faltaron datos de otros municipios. Decir que fueron hechos presentados lejos del estadio, como afirman las autoridades cada que se les toca el tema, no excusa al fútbol como generador de estos actos de violencia. Es fanatismo. Son muertos inocultables y hechos violentos lamentables. El deporte no fue pensado para eso y la sociedad tampoco; pero en nuestro país, esa irracionalidad se volvió casi que natural. 

El fenómeno se vuelve más triste cuando se hace evidente en partidos entre clubes del exterior, como la final de Champions el fin de semana. Asusta pasar por las redes sociales en ese tipo de encuentros y leer todo tipo de insultos e improperios entre colombianos que solamente por televisión le han tomado cariño a uno de los clubes que juegan. El pecado en el fútbol hoy es la identificación con una camiseta, con un estilo  o con un entrenador. El fútbol, como la vida del país, se polarizó en dos extremos cada vez más distantes.

Lo particular es ver cómo otros deportes luchan a diario para que este tipo de identidades peligrosas no se presenten. El rugby, el baloncesto de la NBA (en el local a veces se ven actos irracionales) y el ciclismo son una muestra representativa  de que con acciones educativas permanentes y con sanciones ejemplares se pueden controlar los excesos. Obviamente, uno puede mirar al fútbol de manera particular por el fenómeno social que representa, pero igual eso no justifica las identidades llevadas al límite del sectarismo.


Seguramente hoy, después de la jornada electoral, los ánimos en el país deben estar caldeados. La polarización política, como la del fútbol, llegó a extremos grotescos y lamentables. Claro, es apenas una suposición, pues escribo esta columna  mientras veo a Urán, a Nairo y a una docena de colombianos devorar kilómetros magistralmente dándole nombre al país y despertando sentimientos de orgullo y solidaridad. Ojalá en el fútbol y en la política aprendiéramos a ser “uranistas” y “quintanistas” admirando y siguiendo al de las preferencias, pero respetando el esfuerzo que hace el otro por ganar.