¿Se imaginan a Colombia dividido entre “uranistas”
y “quintanistas”?, ¿qué tal un grupo de aficionados vestidos de camiseta rosa,
armados de palos y armas blancas, rumbo a un sitio de reunión para ver la etapa
el Giro, esperando a encontrarse de frente con los seguidores de Nairo para
descargar su ira y atacarlos con sus armas? Menos mal el ciclismo de hoy no da
para eso. Aunque en alguna época en los albores de este deporte se llegaron a
desbordar los regionalismos, hoy esta disciplina deportiva solo genera
identidades de patria y emociones que no van a la irracionalidad salvaje tan
tristemente común en el fútbol.
Si bien una de las características del deporte
moderno es la generación de identidades, dejar que éstas se vayan al extremo de
la irracionalidad es supremamente peligroso. Nada justifica, por ejemplo, que
el día de la final del fútbol colombiano se hayan registrado 5 muertos en
Barranquilla, 1 en Medellín y disturbios en 16 ciudades más del país. Y eso que
faltaron datos de otros municipios. Decir que fueron hechos presentados lejos
del estadio, como afirman las autoridades cada que se les toca el tema, no
excusa al fútbol como generador de estos actos de violencia. Es fanatismo. Son
muertos inocultables y hechos violentos lamentables. El deporte no fue pensado
para eso y la sociedad tampoco; pero en nuestro país, esa irracionalidad se
volvió casi que natural.
El fenómeno se vuelve más triste cuando se hace
evidente en partidos entre clubes del exterior, como la final de Champions el
fin de semana. Asusta pasar por las redes sociales en ese tipo de encuentros y
leer todo tipo de insultos e improperios entre colombianos que solamente por
televisión le han tomado cariño a uno de los clubes que juegan. El pecado en el
fútbol hoy es la identificación con una camiseta, con un estilo o con un entrenador. El fútbol, como la vida
del país, se polarizó en dos extremos cada vez más distantes.
Lo particular es ver cómo otros deportes luchan a
diario para que este tipo de identidades peligrosas no se presenten. El rugby,
el baloncesto de la NBA (en el local a veces se ven actos irracionales) y el
ciclismo son una muestra representativa
de que con acciones educativas permanentes y con sanciones ejemplares se
pueden controlar los excesos. Obviamente, uno puede mirar al fútbol de manera
particular por el fenómeno social que representa, pero igual eso no justifica
las identidades llevadas al límite del sectarismo.
Seguramente hoy, después de la jornada electoral,
los ánimos en el país deben estar caldeados. La polarización política, como la
del fútbol, llegó a extremos grotescos y lamentables. Claro, es apenas una
suposición, pues escribo esta columna
mientras veo a Urán, a Nairo y a una docena de colombianos devorar
kilómetros magistralmente dándole nombre al país y despertando sentimientos de
orgullo y solidaridad. Ojalá en el fútbol y en la política aprendiéramos a ser
“uranistas” y “quintanistas” admirando y siguiendo al de las preferencias, pero
respetando el esfuerzo que hace el otro por ganar.
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