Cosas del fútbol: Brasil fue cuarto del mundial,
jugó los siete partidos y salió humillado. Fue un desastre. Mientras tanto, España,
Inglaterra e Italia jugaron solo tres encuentros, salieron en la primera fase y
decepcionaron, pero nadie habló de humillación. Sutil pero significativa
diferencia. Asunto de forma y no tanto de resultados, creo. Una cosa es perder,
incluso caer por goleada, y otra muy diferente no mostrar alma. Eso le pasó a
Brasil.
Inglaterra se fue en primera fase con su fútbol
aéreo y su juego largo; Italia salió luchando como lo hizo Uruguay en la
segunda fase, y España intentó jugar con
buen trato a la pelota pero con jugadores cansados y errores defensivos
ingenuos, pero eso sí, sin renunciar a lo que lo hizo campeón. Colombia ofreció
un fútbol estético y se quedó en el camino, los africanos fueron fuertes y
veloces y también salieron, Argentina a punta de amor por la camiseta, fútbol
pasional, fuerza testicular y la magia
intermitente de Messi se metió a la
final. Cada uno ganó o perdió con lo
suyo. ¿Pero Brasil? Jugó a lo que no sabe; renunció a su esencia. Por eso la humillación.
Brasil quiso ganar de miedo, de pierna fuerte
acolitada y de camiseta. Cambió la partitura. Desde la confección de la nómina
se veía. Increíble ver cómo un técnico de Brasil arma un equipo con un solo
jugador de talento, Neymar, porque Oscar no fue titular en el primer juego ante
Croacia. Ronaldinho, Ganso, Pato, Lucas, Robinho, Diego Luis Fabiano, Felipe
Luis, Kaká, Miranda y Diego Alvez vieron el mundial por tv. Increíble, pero
cierto. Qué triste. Brasil se olvidó del
talento y quiso forzar un estilo de juego que ni sus jugadores ni su pueblo
sienten. Brasil, que siempre fue una orquesta, quiso hacer de su juego un canto
de solista; y así no es.
Insisto: no es asunto de números y de simples
resultados. Se puede perder, pero con la de uno. El tema de fondo es la
identidad, el estilo, la sensibilidad a una forma de jugar. Sí, el toque –
toque de Colombia, que volvió a aparecer con Pekerman. Sí, la garra charrúa,
que incluye hasta los excesos sicológicos de Suárez. Sí, el fútbol luchado de
Italia. Sí, el amor propio hecho fútbol de los argentinos. Sí, el fútbol aéreo
y vertical de los ingleses. A eso me refiero. ¿Es eterno?, claro que no. ¿Se
puede cambiar?, por supuesto. La
identidad, como la cultura, se pueden intervenir; pero no por decreto ni por
imposición. Son asuntos demasiado sensibles, porque tienen que ver con el
sentir de los pueblos.
Para cambiar un estilo, para imponer una nueva
forma de juego se requiere tiempo, trabajo y elaboración. Algo que no invirtió
Brasil y que sí ha gastado Alemania. Aprendizaje costoso para ambos; pero
resultados muy diferentes y sabores muy distintos: el dulce placer de ver jugar
a la Alemania pragmática de siempre pero con mejor trato al balón y el amargo
dolor de ver destruido a Brasil, sin la magia de siempre y reducido a un equipo pegador.
El “jogo bonito” sigue vivo, escondido en una
favela, esperando a que lo dejen salir de un encierro injusto. El sábado en la
tarde, cuando Holanda le puso la última palada de tierra encima al ataúd de
Brasil, le di gracias a Dios y elevé una oración por el buen fútbol de los
pentacampeones, que por fortuna no fue enterrado. El muerto es otro.
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