jueves, 17 de julio de 2014

EL “JOGO FEINHO” DE BRASIL


Cosas del fútbol: Brasil fue cuarto del mundial, jugó los siete partidos y salió humillado. Fue un desastre. Mientras tanto, España, Inglaterra e Italia jugaron solo tres encuentros, salieron en la primera fase y decepcionaron, pero nadie habló de humillación. Sutil pero significativa diferencia. Asunto de forma y no tanto de resultados, creo. Una cosa es perder, incluso caer por goleada, y otra muy diferente no mostrar alma. Eso le pasó a Brasil.

Inglaterra se fue en primera fase con su fútbol aéreo y su juego largo; Italia salió luchando como lo hizo Uruguay en la segunda fase,  y España intentó jugar con buen trato a la pelota pero con jugadores cansados y errores defensivos ingenuos, pero eso sí, sin renunciar a lo que lo hizo campeón. Colombia ofreció un fútbol estético y se quedó en el camino, los africanos fueron fuertes y veloces y también salieron, Argentina a punta de amor por la camiseta, fútbol pasional, fuerza testicular  y la magia intermitente de Messi  se metió a la final.  Cada uno ganó o perdió con lo suyo. ¿Pero Brasil? Jugó a lo que no sabe; renunció a su esencia.  Por eso la humillación.

Brasil quiso ganar de miedo, de pierna fuerte acolitada y de camiseta. Cambió la partitura. Desde la confección de la nómina se veía. Increíble ver cómo un técnico de Brasil arma un equipo con un solo jugador de talento, Neymar, porque Oscar no fue titular en el primer juego ante Croacia. Ronaldinho, Ganso, Pato, Lucas, Robinho, Diego Luis Fabiano, Felipe Luis, Kaká, Miranda y Diego Alvez vieron el mundial por tv. Increíble, pero cierto.  Qué triste. Brasil se olvidó del talento y quiso forzar un estilo de juego que ni sus jugadores ni su pueblo sienten. Brasil, que siempre fue una orquesta, quiso hacer de su juego un canto de solista; y así no es. 

Insisto: no es asunto de números y de simples resultados. Se puede perder, pero con la de uno. El tema de fondo es la identidad, el estilo, la sensibilidad a una forma de jugar. Sí, el toque – toque de Colombia, que volvió a aparecer con Pekerman. Sí, la garra charrúa, que incluye hasta los excesos sicológicos de Suárez. Sí, el fútbol luchado de Italia. Sí, el amor propio hecho fútbol de los argentinos. Sí, el fútbol aéreo y vertical de los ingleses. A eso me refiero. ¿Es eterno?, claro que no. ¿Se puede cambiar?, por supuesto.  La identidad, como la cultura, se pueden intervenir; pero no por decreto ni por imposición. Son asuntos demasiado sensibles, porque tienen que ver con el sentir de los pueblos.

Para cambiar un estilo, para imponer una nueva forma de juego se requiere tiempo, trabajo y elaboración. Algo que no invirtió Brasil y que sí ha gastado Alemania. Aprendizaje costoso para ambos; pero resultados muy diferentes y sabores muy distintos: el dulce placer de ver jugar a la Alemania pragmática de siempre pero con mejor trato al balón y el amargo dolor de ver destruido a Brasil, sin la magia de siempre  y reducido a un equipo pegador.


El “jogo bonito” sigue vivo, escondido en una favela, esperando a que lo dejen salir de un encierro injusto. El sábado en la tarde, cuando Holanda le puso la última palada de tierra encima al ataúd de Brasil, le di gracias a Dios y elevé una oración por el buen fútbol de los pentacampeones, que por fortuna no fue enterrado. El muerto es otro.

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