Otro título mundial para Colombia. Nuevamente
una gran alegría. La piel erizada escuchando el himno Nacional, esta vez
en París. Una alegría más de cuenta de las ruedas. Sin señal de televisión,
pero pegados a la pantalla del computador. Con drama por la caída cuando apenas
empezaba la prueba, con emoción por la forma como se recuperó Gaviria y con
mucha tensión por la matemática de la carrera y la resolución de la
misma. Una nueva página gloriosa de nuestro deporte, que sigue siendo nuestra
mejor bandera ante el mundo.
Al final de la prueba, un nuevo héroe nacional;
un ciclista joven, provinciano, humilde y aguerrido. Viéndolo en el podio volví
a sentir ese orgullo grande por ser colombiano; pero al mismo, en medio de
tanta emoción, se me cruzó un
pensamiento malvado por la mente que se convirtió en una respetuosa pero
directa petición que lancé en mi cuenta de twitter: “Por si acaso, presidente
Santos: no le vaya a prometer un velódromo a Fernando Gaviria que ya hay uno
prometido”.
Pareciera una tradición en Colombia. Si un deportista
gana, el mandatario de turno promete. Si hay medalla, hay tarima; y por
supuesto foto con el protagonista de la hazaña. Y en medio del vitrinazo,
frente al pueblo que orgulloso aclama a su ídolo, que obviamente es el deportista (no sobra la aclaración), la
consabida promesa de una casa, un escenario deportivo, la pavimentación del
acceso al municipio de donde es oriundo el nuevo campeón, una beca, apoyo
económico para que siga su carrera deportiva y cualquier otro elemento material
que haga falta. El momento de la gloria es ideal para vender ilusión.
Tiempo después, viene la desilusión. La casa
que nunca llegó, la beca que no es completa o el escenario que no se puede
hacer. También vienen las explicaciones: falta la reserva presupuestal, la
licitación que no se pudo hacer, la disculpa porque se disparó el costo del
proyecto… A veces cumplen, es cierto; pero la mayoría de las veces no. El
inventario es largo y no vale la pena
recordarlo.
Lo que requieren los deportistas de sus mandatarios
de turno, locales, regionales o nacionales; de la administración pública y de
la administración deportiva, son garantías reales para poder hacer quedar bien
al país. Esas garantías deberían ser parte de la gestión y no palabras de
ocasión.