A Marco Pantani lo recuerdo con una
pañoleta en la cabeza soltando al lote literalmente cuando le daba la gana
en las nevadas montañas del Giro. Recuerdo al escalador, al ciclista, al
deportista que siempre admiré; así después me haya desengañado. Aunque todos lo
hagan, no quiero recordar al ser humano con conflictos y momentos oscuros
(todos los tenemos) y con un final dramático del que siempre aparecerán nuevas
y confusas versiones.
Ayer vi, oí y leí a más de uno ocupado de lo último y sin una sola línea
para lo primero. Pese a que la leyenda se esfumó por temas de doping y a que el
mito se derrumbó por las circunstancias de su muerte, sigo recordando a Pantani
como uno de los grandes animadores del lote ciclístico mundial. Ganó un Giro y
un Tour, y lo vimos colgarse el bronce en Duitama en el mundial del 95, detrás
de Olano e Indurain. Pocos como él. Un escalador explosivo, único; un ciclista
aguerrido y batallador. Así lo recuerdo. Dicen que la memoria es selectiva; la
mía no es la excepción.
El 14 de febrero de 2004, un día de San Valentín, el botones de un hotel
en Rímini forzó la puerta de la habitación en la que yacía su cuerpo inerte,
por sobredosis de cocaína, según el reporte forense. Once años después muchos
quieren recordar únicamente su miseria humana, sus defectos, sus tragedias, sus
caídas y recaídas. ¿Será que esa es la forma de enseñarle un buen camino a las
nuevas generaciones?, ¿o será que simplemente es la forma de ensañarnos contra la
fragilidad humana, la levedad de la que hablara Kundera, en una generación de
deportistas caídos en desgracia?
Sí, reconozco que su historial deportivo quedó manchado. Por
supuesto; no se trata de santificar a un
pecador. Cómo olvidar, por ejemplo, la exclusión de un Giro que tenía ganado en
el 99 por tener los hematocritos altos y luego todos los problemas con la coca.
Terrible. ¿Pero fue lo único?, ¿siempre fue el monstruo que hoy recrean?,
no creo. Para mí, no. Me divertí viéndolo pedalear, lo admiré y lo idolatré
como ciclista; luego vi cómo el hombre se derrumbó. La maldita fragilidad de
nuestra especie; esa misma que no nos deja dejar a los muertos en paz. Amigos
de la cicla: no es lo uno por lo otro… es lo uno con lo otro.
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