No es que sea una discusión de nunca acabar. Más
bien, es una discusión que nunca se ha dado, o en el mejor de los casos, se ha
disfrazado. La FIFA le ha tenido la puerta cerrada a las ayudas de este tipo
con el argumento de que sería injusto porque en algunas regiones del mundo las
condiciones económicas obstaculizan el
acceso a ella. Argumento baladí. Injusto
es que cada día veamos resultados amañados, decisiones absurdas, apreciaciones
erróneas, goles con la mano y acciones ilegales que terminan siendo
determinantes. No basta con las sanciones de oficio a las acciones por fuera
del fair play, como la de Compagnucci en el Sub 20, que siempre son
posteriores al juego; se requiere urgente que con ayudas tecnológicas se pueda
intervenir directamente en el juego cuando haya acciones ilegales y evidentes.
Otros deportes como el baloncesto, el rugby y el
taekwondo, por mencionar solo tres, ya entendieron que el siglo XXI es el de la
tecnología, y que ésta como extensión de la capacidad del hombre tiene que significar
una ayuda y no un obstáculo. El asunto es cómo sacarle provecho. Es interesante
ver en el rugby cómo cuando el árbitro duda de su apreciación pide la ayuda del
video para estar seguro de su decisión. Es emocionante ver en la NBA cómo los
árbitros apelan al video, si hay dudas en faltas, en los valores de los
lanzamientos o el cronómetro del juego. Se hace con ampliación en una pantalla
gigante a ojos de todo el coliseo, en los últimos minutos del juego -que es
cuando se decide el marcador-. Y es demasiado justo ver en el taekwondo cómo el
entrenador puede solicitarle revisión del video al juez si duda de una de sus
decisiones; con la norma de que si la reclamación no es válida pierde el
derecho al reclamo por el resto del combate. Que se puede, se puede; es
cuestión de voluntad y de planeación.
Ya no hay razón para que el fútbol siga ufanándose
de su imperfección, “de su condición humana”, de su injusticia y de su
arbitrariedad. Se requiere evolución. Y nadie está hablado de cambiar el juego,
de intervenir en su dinámica, de acabar con el espectáculo o de hacer, como
dicen algunos, “una cosa diferente al fútbol”. Ni el tenis dejó de ser tan
emocionante y divertido con el ojo de halcón, ni el ciclismo y el atletismo
perdieron su gracia con el fotofinish. Lo que propongo es sencillo y necesario:
un mayor rigor arbitral, un juzgamiento más acertado; más calidad. No es mucho
pedir y la solución ya está inventada. En la medicina, en la ingeniería, en el
arte, en casi todas las actividades humanas, entre ellas el deporte, el ojo
humano recibe ayuda tecnológica y mejora. ¿Por qué en el fútbol no?
¿Qué tal un cuarto juez que pueda revisar de
inmediato si el gol fue con la mano o no?, ¿qué tal la posibilidad de que cada
técnico pueda pedir la revisión de 2 jugadas por partido?, ¿qué tal que el
árbitro antes de reanudar el juego por un gol dado, ante el reclamo pueda mirar si hay o no fuera de lugar?. Se
puede prestar para confusiones porque hay jugadas ambiguas, dirán algunos;
cuando eso pasa en la NBA por ejemplo, cuando el video no es claro, prevalece
la decisión que tomó el juez. Así de sencillo.
Es casi imposible que un árbitro pueda tomar una
decisión correcta corriendo al mismo ritmo de quienes participan del juego.
Señores FIFA, señores románticos: no es inequidad, no es perder la dinámica, no
es dañar el juego. Es evolución. Señores del fútbol: bienvenidos al siglo XXI.
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