Hace ocho días, Hernán Torres hizo un cambio defensivo jugando de local y la tribuna le gritó "burro, burro"; el partido lo ganó su equipo. Este fin de semana el silbado fue Alexis Mendoza, porque dejó en el banco a Jarlan Barrera. Juan Carlos Osorio recibe críticas cada ocho días; y ha ganado tres Ligas. La crítica dura y exagerada hace parte de la vida del técnico de fútbol; porque el fútbol es de todos.
En el mundo es igual. Cada ocho días si Falcao juega o si no lo hace, los calificativos negativos son para Van Gaal. El Barcelona en España tuvo dos partidos malos y medio planeta pedía la cabeza de Luis Enrique. Esa universalización del juego, esa presencia que tiene en la cotidianidad, nos vuelve a todos expertos y nos convierte en analistas de ocasión. El foco de la crítica siempre será el entrenador por la simple razón de que es él quien toma las decisiones.
Ahora, es claro que todos tenemos un concepto diferente del fútbol. Cada quien lo ve, lo vive, lo analiza y lo disfruta a su manera. Tal vez por esas múltiples miradas es que veo justo que cada que un equipo no funciona, la catarsis colectiva la hagamos únicamente contra el DT. Si somos tan variados para sentir el juego, así mismo deberíamos serlo para cuestionarlo. Esa maldito vicio que tenemos como sociedad de buscar siempre un culpable la descargamos sobre el entrenador, como si fuera el único factor.
Creo que para ser técnico de fútbol hay que tener teflón; sí. Pero también creo que para mirar el fútbol es necesario advertir variables. Simplificar la crítica a lo que el entrenador decide es desconocer actores determinantes como los jugadores, los directivos y los mismos árbitros, y circunstancias que inciden como el entorno, el estado de ánimo de los grupos, los condicionantes económicos, los patrocinadores y muchas más. Con todo respeto, Burro es aquel que reduce un universo como el fútbol al pequeño planeta del entrenador.
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