lunes, 27 de abril de 2015

¡Vida eterna al Micro!


No es casual que Colombia sea un país que gane siempre en deportes “de a uno”.  Somos potencia mundial en ciclismo, bicicross, patinaje, judo, lucha, pesas, taekwondo y muchas otras disciplinas individuales. En conjunto hemos ganado muy poco. Las razones son múltiples y obvias, empezando por el apoyo y la inversión que se hace más fácil y económico en un deportista que en un colectivo; y siguiendo por lo cultural: somos un pueblo que no sabe juntarse para trabajar por el objetivo de todos y siempre pensamos en el “cómo voy yo ahí”. Buen tema para discutir, pero no hoy, porque mis párrafos los dedicaré a ponderar lo hecho por el microfútbol nacional. Campeones mundiales, sin discusión, apabullando a todos los rivales, con la valla menos vencida, en Bielorrusia, sin angustias y repitiendo título de forma consecutiva.

Yo jugué micro. Era malo para el juego, pero lo disfrutaba mucho. Pasar por las placas de cemento de barrios y pueblos cada ocho días - no por coliseos ni canchas sintéticas -  me dio una lectura de este deporte, que va más allá de  lo competitivo o lo importante del juego. Este deporte expresa la forma de ser del hombre de barrio que se la rebusca y la disfruta; del colombiano de la calle, del tipo común y silvestre; del muchacho de la esquina que entre chanzas y gambetas, y muchas veces sin saber, se juega la vida en un callejón. Ese “fútbol de atrio”, como despectivamente lo llaman algunos, expresa la vida simple y cotidiana  de la gente el común. El micro nos recuerda nuestras raíces populares. Tal vez sea eso lo que más gusta de este deporte, y lo que incomoda a algunos que tratan de demeritarlo.

En deportes de conjunto Colombia solo ha sido campeón del mundo en beisbol (Mundial amateur 1947 y 1965), hockey sobre patines (mundial B en 1988), polo acuático (mundial B en 2007), ultimate (mundial sub 20 en 2012) y microfútbol (2000, 2011 y 2015).  Algún mensaje de fondo debe haber más allá del simple dato. Sobre todo con el tricampeonato del micro; un deporte que todo colombiano alguna vez ha jugado; hasta yo, que reitero, fui malo.

Tal vez esa cercanía con el pueblo explica por qué la Fifa vio en esta disciplina otro gran negocio y montó el fútbol sala como otro deporte bajo su manejo. Ese es un lío político – económico y administrativo difícil de explicar en las líneas que me quedan, pero ojo que en Futbol Sala Fifa ya fuimos cuartos en un mundial. Algo tenemos los colombianos para jugar a la pelota en espacio reducido, para ser solidarios, para pensar en el equipo, para trabajar en equipo… cuando el colectivo es de gente humilde, de gente del común. 


Fue emocionante ver cómo esta disciplina de barrio, sin transmisión por las grandes cadenas, solo con una señal vía internet y mucha información en redes sociales unió al país con un nuevo título del mundo. El micro no es un deporte olímpico y no es el de la poderosa Fifa, pero ganamos el mundial... Los colombianos deberíamos pensar más como micreros.  

lunes, 20 de abril de 2015

Hay días así…

Sábado 18 de abril de 2015. Para muchos, un día más. Par el deporte de Colombia, uno muy especial. Uno de esos días. Día de bonanza, de subienda, de cosecha, de buenas noticias. Uno de aquellos días que no pueden pasar desapercibidos, sin ser mencionados y recordados.  La razón, una sola: los deportistas nacionales brillaron en todos los rincones del mundo. Lo hacen siempre, pero el sábado lo hicieron todos al mismo tiempo. Fue tanto el brillo, que nos encandiló al punto de no ver bien el mérito de lo hecho.

En Manchester, Mariana Pajón fue la única dama que bajó de 32 segundos en la prueba de time trial de la primera Copa Mundo del año en el BMX y se colgó el oro.  En Portugal, Eider Arévalo  abrazó el tricolor luego de su triunfo en el Gran Prix de RíoMar y aseguró el cupo número 23 de Colombia a los Olímpicos de Río. En Medellín, Sara López batió el récord del mundo en arco recurvo mientras competía en el campeonato nacional. En Bielorrusia, la Selección de Microfútbol arrancó con goleada, 5-0 a Venezuela, su presencia en el mundial. En España, Miguel Ángel Rubiano fue protagonista de la etapa de la Vuelta a Castilla y León logrando el tercer lugar, mientras James conseguía uno de los goles del Real Madrid en su partido de Liga.  En México, Camila Valbuena y Julián Cardona se colgaron sendos oros en la CRI de los Panamericanos de Ciclismo Juveniles. En Perú, los clavadistas juveniles ganaron su modalidad en los Suramericanos de Natación.  Y en Puerto Rico, “los sebastianes” Villa y Monsalve se metieron a finales en el Gran Prix de Clavados. ¡Qué nivel!

Lo más seguro es que la lista esté incompleta, que falten datos de "otros municipios". Nada raro en un día así, en que tanto triunfo y tanta noticia buena como que empalaga y no deja saborear de a una; y sobrepasa la capacidad informativa de los medios convencionales y monotemáticos, y hasta de las redes sociales y los medios digitales que no alcanzaron a detallar todas estas hazañas.

Uno quisiera más detalles de los triunfos de los nuestros, uno quisiera que en el país se les diera su real dimensión, uno quisiera unos medios registrando cada medalla y cada logro, uno quisiera cultura deportiva en todos los rincones del país. Ese es el sueño, el ideal. Por ahora no va a ser así. Y más en días como el sábado, cuando las buenas noticias se daban minuto a minuto y en todos los rincones. El sábado, ni las redes sociales alcanzaron para dar cuenta de tanto.


Hay días así y ojalá lo fueran todos. Así nos quedemos cortos; así los deportistas nos sigan sacando ventaja.

domingo, 19 de abril de 2015

Volvió Henao, ¡y de qué manera!


Sergio Luis Henao no perdió. El subtítulo en la Vuelta al País Vasco no fue una derrota. El resultado no tenía por qué generar desazón. Nada de eso. Aunque suene absurdo, lo menos importante en este caso era ganarle en la Contra Reloj a Purito Rodríguez. Por algún extraño dejavú me acordé de Rigoberto Urán, colgándose la plata olímpica, con mucha gente frente al televisor lamentándose porque miró para atrás en los últimos metros.

Seguir el ciclismo, y en general el deporte, es una buena manera de entender que los colombianos somos un pueblo para el que el vaso siempre está medio vacío. Somos arribistas. Solo nos sirve ganar. Y la mayoría de las veces, ganar como sea. Cuando no ganamos, independiente de las circunstancias, hablamos de desazón, amargura o fracaso.

Para muchos es difícil entender que el reto para Henao no era ganar, sino volver; y aunque suene medio filosófico: volver a ser. Llevaba un año sin correr, la del país Vasco era su segunda carrera después de la lesión en Suiza hace 10 meses, y la primera en la que iba a tope. Desde su llegada a Europa, por múltiples razones, había sido intermitente, pero ahora se le ve brillar con solidez.

Henao volvió a ser... el pedalista fuerte del 2010 ganador de la Vuelta a Colombia; el coequipero estrella del 2013 que con licencia de su capo protagonizó la Flecha Valona y fue podio en el País Vasco; el complemento que necesitaba Froome en el Sky; el otro gran escalador colombiano. Regresó un grande que por diferentes razones, en los 4 años que lleva en Europa, no ha podido consolidarse como Urán y Quintana. Por eso, Henao no perdió... porque volvió para consolidarse, ¡y de qué manera!

La Contra Reloj final del País Vasco no puede dejar amarguras. Henao debe estar disfrutando el sabor del regreso, del buen regreso, que siempre será dulce.


P.D. Si me entendió la de Sergio Luis, seguro me entenderá la idea que sigue: Nairo tampoco perdió, fue cuarto, y está mirando adelante. 

martes, 7 de abril de 2015

El peor problema del fútbol son los papás


Mi hijo Miguel tiene cinco años y está en una escuela de fútbol. También está en natación y el año pasado estuvo en tenis. En su entorno escolar no escapó a la “jamesmanía” del 2014 y  pidió entrar al deporte de multitudes. Ahí va, aprendiendo, disfrutando, gozándose cada clase. Yo simulo leer al tiempo que observo en silencio cada uno de sus ejercicios. Sí, como si estuviera metido en la lectura. El grupo es de 15 y debo confesar que soy uno de los pocos padres que guardo silencio. Los demás gritan, vociferan, dan indicaciones y hasta regañan desde el mismo rincón en el que me encuentro. En medio de esa escena pienso en algo que alguna vez dije en una jornada de capacitación del Ponyfútbol: “el peor problema del fútbol son los papás”.

La afirmación suena dura y hasta podría contradecir algo que también he dicho y escrito varias veces: “sin padre de familia no hay deportista”, haciendo referencia al abandono que tiene en Colombia el deportista en formación, el de las categorías menores, esos infantiles que de los 6 a los 11 años visten con orgullo sus primeros uniformes del departamento pero que compiten de cuenta del bolsillo y esfuerzo de sus padres. Los institutos departamentales “guardan” el presupuesto para los juveniles y mayores “que son los que dan medallas verdaderamente importantes” (la frase me la dijo algún día uno de esos dirigentes miopes que poco conocen del deporte, pero que viven de él). Obviamente, no me refiero a ese tema, del que ya escribí alguna vez en este mismo medio.

Sé que los entrenadores y maestros de las escuelas y semilleros de fútbol entienden bien mi planteamiento de hoy; y también sé que algunos señores se van a incomodar. La verdad es que viendo las clase de mi hijo, y viendo como lo hago el fútbol de las categorías Pony, sub 14, prejuvenil y juvenil en los torneos de la Liga en mi departamento, puedo decirlo sin exageración: “los papás no dejan”. Se transforman en parlantes permanentes, cuando no es que se enojan y quieren imponer desde una reja o una tribuna una autoridad que no tienen en una clase o en un partido.  Está bien que acompañen, que estén pendientes y que apoyen, para eso estamos los papás. Pero eso de querer dirigir y mandar, eso de querer que el hijo sea el Messi o el James del futuro, eso de creer que el técnico no le ve al hijo las condiciones que tiene solo son muestras de impotencia, de ignorancia, o de ilusiones y fantasías absurdas en la que se montan los papás. Así de sencillo.

Tal parece que la “Jamesmanía” también contagió a muchos papás, que se creyeron el cuento de que en cada esquina de Colombia hay uno como el 10 de la selección. De cada 1000 que pasan por escuela de fútbol, 1 llega  a ser profesional, y no propiamente en el Real Madrid. Es una lotería. Juéguela, pero no deje que su vida dependa de ganársela.  Si los papás no dejan, el niño no aprende, y peor, no disfruta. No nos engañemos ni engañemos más a los niños, no los presionemos. Ellos tienen derecho a disfrutar de una vida social y a construir su propio futuro. Tienen derecho a que les guste el fútbol, como a mi hijo Miguel, o a que no les guste, independiente de si son buenos o no para el juego. Son niños. No seamos nosotros el problema.