Hermoso encanto tiene el deporte: no es de nadie
y es patrimonio de todos. No se necesita saber para hablar de él. No tiene que
gustarle a quien lo mira. No distingue clase, nivel económico o raza. No nos
pone de acuerdo nunca. Tiene que ver con todas las demás actividades humanas.
Nos divide por el resultado pero nos une alrededor de identidades momentáneas o
permanentes. Nos pone a "botar escape" en redes y bares. Es un
fenómeno universal.
La pelea del sábado, por ejemplo, es una muestra de la importancia que ha alcanzado el deporte como fenómeno social, como negocio, como espectáculo y quien lo creyera, hasta como competencia deportiva.
Daba gusto, y un poco de risa lo confieso, leer en las redes los mensajes y análisis de los “intelectualoides” del país escarbando en una vieja e insulsa polémica sobre la validez del boxeo como deporte; gastaron palabras necias mientras por encima de sus lentes clavaban la mirada en el segundo o tercer asalto de la pelea. Leí también a aficionados de ocasión cargando sus duras críticas a los jueces por el resultado entregado; sin saber siquiera cómo se llena una tarjeta y cuáles son los criterios de calificación. Ni hablar de los comentarios racistas contra el campeón, las apologías religiosas a Pacquiao, o las remembranzas a Alí con comparaciones atemporales y forzadas para tratar de explicar “por qué el boxeo ya no es el de antes”.
Al final, fuimos muchísimos los que vimos la pelea; ese en el fondo era el objetivo del negocio. La mayoría terminaron de hinchas de Pacquiao; gracias a la solidaridad con el perdedor o la identidad con el más humilde que son propias de la actividad deportiva. Para casi todos la pelea no fue tan buena y quedó debiendo; ahí es donde aflora el concepto de espectáculo como aquello hecho para ser visto primando sobre las normas o la estrategias de competencia. Solo algunos estudiosos de este deporte, los que sí saben de boxeo, los que lo han estudiado, conocen sus reglas y lo han seguido por años, en el round a round nos fueron explicando como Mayweather labró su victoria... Y claro, se ganaron los insultos de ocasión. Explicar desde el conocimiento, sin apasionamientos desmedidos y enceguecedores, parece ya no tener mucho eco en la sociedad.
El deporte es de todos, es universal y tenemos derecho a verlo y a opinar; pero va siendo hora de mirarlo más allá del esnobismo de ocasión o de la pasión desenfrenada. Es un derecho verlo; pero es un deber saber de él. Con seguridad se disfruta más.
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