Terminó la primera fase de la Copa y hay que decirlo con claridad: Chile estuvo a la altura. La organización del torneo de selecciones más antiguo del mundo respondió. Los inconvenientes fueron menores, típicos de nuestra realidad latinoamericana. Pasadas dos semanas hay que decirlo: qué buenos anfitriones.
Lo más cuidado y por lógica debe ser así, son las canchas. Impecables. Los estadios, en su mayoría, hermosos y cómodos. Con una excepción: el Nacional de Santiago; que por su avanzada edad, a pesar de los maquillajes y ajustes ya no se adecua a las necesidades postmodernas.
No sé qué dirán los turistas, porque estas líneas tienen la mirada de quien viene a trabajar en medios y la verdad, desde esta perspectiva no hay queja alguna. La cordialidad de la gente chilena, la fuerza pública amigable y prudente, el numeroso grupo de voluntarios, la señalética en los escenarios, los precios normales en las zonas de comida y los recursos técnicos de conectividad están a la altura de un gran certamen.
Lo tedioso del certamen no es culpa de Chile; más bien es característico de esa estructura construida por capricho de la cuestionada organización del fútbol. Unos ídolos cada vez custodiados y más lejanos a la gente del común, la falta de claridad para asuntos como la sanción a Neymar, la programación de partidos privilegiando el interés del negocio por encima del fair play o la presencia de equipos con nóminas B como México. Lunares grandes. Bueno, tal vez el cuatro años, en la próxima copa, con una Fifa y un fútbol saneados (será?) algunas de estas cosas cambien.
Lo reitero: Chile estuvo a la altura de la Copa. Lo que no está claro todavía es si la Copa estuvo a la altura de Chile.
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