El Pibe firma
autógrafos, da declaraciones, se toma fotografías con niños, abraza una
bandera, desayuna con un grupo de colombianos, va a reuniones, dicta
conferencias y tiene la paciencia suficiente para hablar con cuanto colombiano
se le acerca a admirarlo. Es Valderrama, el eterno 10. Al otro lado del salón ocurre lo mismo con
Chicho, Aristi, Córdoba, Perea y varios veteranos más. La escena se repite en
el lobby del hotel, en las calles cercanas o en cualquier centro comercial de
Miami. Los años pasan, pero la condición de ídolo no se pierde, al menos en el
exterior, donde el respeto a quienes escribieron páginas de gloria sigue
intacto.
El viernes pasado
estuve en Miami con la selección Colombia de showbol; esa particular modalidad
de fútbol en espacio reducido, donde los goles abundan y el espectáculo es
constante. Es una versión de fútbol rápido y dinámico, donde juegan
ex-profesionales del fútbol para demostrar que mantienen su nivel. En el juego,
ante 3.000 aficionados, Colombia cayó 11-12 ante Venezuela en el coliseo de la
Universidad de Miami. Más que el resultado, con gol definitivo en el último
minuto, me sorprendió el fervor que hay en esta ciudad por el fútbol, y sobre
todo, la admiración por los ídolos colombianos de la generación que fue a tres
copas del mundo.
Compartir con estos
jugadores permite entender que la condición de ídolo no es pasajera ni
temporal. Es un reconocimiento que cuando se gana, si se sabe administrar,
puede ser vitalicia. Es un rótulo que no
se adquiere con una buena actuación de manera esporádica; se gana con un
historial deportivo, con una carrera exitosa, con una combinación entre
talento, esfuerzo y resultados. Además,
es una condición que requiere personalidad y carisma; de lo que carecen muchos
deportistas que tienen todo lo anterior.
Infortunadamente,
Colombia es un país que olvida fácil; que no recuerda su historia. No solo en
el deporte, pero en él es más evidente. Somos un pueblo inmediatista que solo
idolatra al personaje del momento; que es ingrato con quienes le dieron nombre.
Y no lo digo solo por el Pibe y toda su “corte”, sino por los deportistas y los
artistas de todos los tiempos. Los ídolos nuestros reciben ese reconocimiento
afuera, en el exterior; porque en casa los ignoramos fácilmente. Estando allá
me quedó claro que no es asunto de nostalgia ni de distancia; sino de cultura.