lunes, 24 de marzo de 2014

La extraña condición de ídolo



El Pibe firma autógrafos, da declaraciones, se toma fotografías con niños, abraza una bandera, desayuna con un grupo de colombianos, va a reuniones, dicta conferencias y tiene la paciencia suficiente para hablar con cuanto colombiano se le acerca a admirarlo. Es Valderrama, el eterno 10.  Al otro lado del salón ocurre lo mismo con Chicho, Aristi, Córdoba, Perea y varios veteranos más. La escena se repite en el lobby del hotel, en las calles cercanas o en cualquier centro comercial de Miami. Los años pasan, pero la condición de ídolo no se pierde, al menos en el exterior, donde el respeto a quienes escribieron páginas de gloria sigue intacto.

El viernes pasado estuve en Miami con la selección Colombia de showbol; esa particular modalidad de fútbol en espacio reducido, donde los goles abundan y el espectáculo es constante. Es una versión de fútbol rápido y dinámico, donde juegan ex-profesionales del fútbol para demostrar que mantienen su nivel. En el juego, ante 3.000 aficionados, Colombia cayó 11-12 ante Venezuela en el coliseo de la Universidad de Miami. Más que el resultado, con gol definitivo en el último minuto, me sorprendió el fervor que hay en esta ciudad por el fútbol, y sobre todo, la admiración por los ídolos colombianos de la generación que fue a tres copas del mundo.

Compartir con estos jugadores permite entender que la condición de ídolo no es pasajera ni temporal. Es un reconocimiento que cuando se gana, si se sabe administrar, puede ser vitalicia. Es  un rótulo que no se adquiere con una buena actuación de manera esporádica; se gana con un historial deportivo, con una carrera exitosa, con una combinación entre talento, esfuerzo y resultados.  Además, es una condición que requiere personalidad y carisma; de lo que carecen muchos deportistas que tienen todo lo anterior.

Infortunadamente, Colombia es un país que olvida fácil; que no recuerda su historia. No solo en el deporte, pero en él es más evidente. Somos un pueblo inmediatista que solo idolatra al personaje del momento; que es ingrato con quienes le dieron nombre. Y no lo digo solo por el Pibe y toda su “corte”, sino por los deportistas y los artistas de todos los tiempos. Los ídolos nuestros reciben ese reconocimiento afuera, en el exterior; porque en casa los ignoramos fácilmente. Estando allá me quedó claro que no es asunto de nostalgia ni de distancia; sino de cultura.


martes, 18 de marzo de 2014

Ni momento, ni generación… es calidad


Otra vez el himno nacional nos hizo estremecer de cuenta de un deportista. Esta vez fue Carlos Betancur, que ganó la Paris – Niza para ponernos a celebrar. Ahora Quintana y Arredondo nos tienen a la expectativa en la Tirreno – Adriático; y mientras tanto, preparamos otra fiesta para mañana cuando terminen los Juegos Suramericanos en Chile, donde Colombia tiene casi seguro el segundo lugar. Ah, y esta semana, Santiago Giraldo nos sorprendió en el tenis y los goleadores nacionales volvieron a destacarse en el fútbol mundial. En deportes, Colombia es protagonista en todos lados.

“Una nueva generación de deportistas”, dicen algunos; “un gran momento”, califican otros, “un proceso serio” se atreven a decir; y no falta el que considera los logros de ahora como asuntos del azar: “estamos de suerte”. Ni lo uno ni lo otro. Puede que haya un poco de las cuatro cosas, sí, pero ninguna de las cuatro es determinante. El análisis tiene que tener más fondo y no puede ser tan emocional para decir que somos los mejores del mundo, o tan venenoso para no valorar lo hecho.

Los deportistas colombianos son muy buenos, tienen calidad. Los de ahora y los de antes. Por biotipo, por vocación, por técnica, por trabajo, por capacidad de superación, por terquedad, por capacidad de aguante, por necesidad, por oportunidad de vida y por múltiples razones más. Siempre ha sido así. En muchos deportes, los colombianos hacen parte de la élite de la alta competencia en el mundo. Si ahora ganan algunos eventos que antes no ganaban, y si los miran con más respeto en el concierto mundial, donde muchas veces los subestimaban, es por un asunto de oportunidades y porque antes no sabían de su potencial. Antes, el deporte, como muchas otras actividades de Colombia, la música por ejemplo, era más parroquial. Hoy, globalizados, tienen más protagonismo.

Deportistas buenos hemos tenido siempre; oportunidades y apoyo, pocas veces. Las de ahora, sin ser las ideales, son más. Todavía estamos lejos de tener un deporte de alta competencia con la estructura, el apoyo, la organización y hasta la normatividad jurídica necesaria. La Ley del deporte hay que cambiarla, administrativamente hay que madurar, la empresa privada debe mirar al deporte como una oportunidad de promoción y negocio, los vicios de la política y la mentalidad de avivatos hay que alejarlos del sector, los medios de comunicación deben repensar sus contenidos en relación con el deporte, y algo de fondo se debe hacer para que el país entero construya una verdadera cultura deportiva.


Es tiempo de cambiar, como diría Juanes. Hay que hacerlo ya. Justo cuando ganamos, cuando nos emocionamos, cuando estamos orgullosos, cuando somos potencia reconocida y ratificada en el continente; ahora que nos miran con respeto y hasta nos temen. Los cambios estratégicos comienzan cuando las empresas están bien. No esperemos una gran derrota o un mal momento para revisar nuestro deporte. Los deportistas siempre estarán ahí, con su calidad, porque son buenos; pero hay cosas en el deporte que nunca han sido buenas, y deben cambiar.  

El Barcelona no pasó el umbral



El Barcelona perdió con el Valladolid en España y de inmediato en el mundo entero se prendieron las alarmas. Se ha dicho de todo.  Unos hablan de caos total, otros afirman que el equipo vive  una profunda crisis deportiva, hay quienes califican la situación de “naufragio”, algunos viven del pasado para rememorar y llorar la salida de Guardiola, y no faltan los que reclaman de inmediato la cabeza del técnico Martino o le echan la culpa a algún jugador en específico como Neymar. Demasiado drama, ¿no?

Que un equipo fuerte pierda contra uno débil siempre será una gran noticia y el hecho tendrá mucha trascendencia, cierto. Que el Barcelona o el Madrid cedan terreno en la punta de la Liga española es algo que sorprende al fútbol mundial, de acuerdo. Que la propuesta futbolística del Barcelona modelo 2014 deja mucho que desear, innegable. Que jugó mal ante el Valladolid; claro. Pero de ahí a armar toda una película por un resultado adverso de un equipo, tampoco. Tendría validez si las causas no se conocieran, si no fuera previsible lo que está pasando con el equipo catalán.

En el fútbol, como en la mayoría de las actividades humanas, se volvió costumbre buscar un culpable cada que se presenta un mal resultado. No tenemos memoria, no miramos el fondo, no vamos un poco más allá de lo obvio… nos conformamos con sacar a alguien, con descargarnos contra él, con acusar y atribuir, o con buscar la excusa perfecta. En este caso es igual: que el árbitro no pitó, que Martino no sabe alinear, que Neymar no ha entendido, que el equipo no tiene alma, que Messi está triste o que la grama del estadio era mala. Todo vale, pero no es el fondo del problema.

¿No será acaso que el problema en la cancha tiene más fondo?, yo creo que sí. Un equipo de fútbol no son 11 jugadores y un DT; del equipo hacen parte también la afición, los directivos, los socios y el entorno. Qué tal si pensamos en esos factores por un momento.  ¿Qué tal recordar los escándalos por el fichaje de Neymar y una “platica” que por ahí se embolató?, ¿Tendrá que ver la confusión de los socios con el escándalo Rosell?, ¿afecta al equipo que en medio del desenlace de la Liga, el club haya citado para elecciones el 5 de abril?, ¿tendrá algo que ver el momento político español y la falta de liderazgo actual del pueblo catalán para seguir su lucha independentista?...


A todas estas preguntas mi respuesta es sí. Un equipo de fútbol es un proyecto: político, económico y social; no solo 11 jugadores detrás de una pelota. Para mí el problema del Barcelona está ahí. Sigan ustedes echándole culpas a Piqué porque no corre, a Pedro porque no la mete, a Neymar porque no se peina o a Messi porque no  la pide. 

domingo, 9 de marzo de 2014

Cuando los héroes no se ven…


Mientras Edwin Ávila cruzaba la meta para coronarse campeón mundial de la prueba por puntos en el mundial de ciclismo, en RCN, canal que tiene los derechos para televisión abierta, nos mostraba  un capítulo más de la versión telenovelesca de “alias “El Mejicano”. El héroe de la pista, que emulaba hazañas solo logradas por  Cochise, cruzó la meta sin que gran parte del país lo viera.

Claro, televisión en directo de la hazaña sí hubo, pero para un reducido grupo de colombianos que por necesidad, como yo, o por gusto, como muchos, somos suscritores del sistema de televisión más costoso que hay en el país. También me dicen que el canal que tiene los derechos salió en directo por su señal digital y hasta por internet. En cualquier caso, la promoción de que iban a hacerlo fue como el acceso a la misma, totalmente reducida.

Pocas veces los colombianos podemos disfrutar de la imagen del deporte, de la imagen de las grandes hazañas de esos héroes de la patria que podrían servir de ejemplo a seguir y de modelo para nuestros niños y jóvenes. En muchos casos, no los vemos porque en la televisión pública no hay recursos o no hay voluntad política para transmitirles, o simplemente no porque nos privatizan esa imagen y la vuelven una mercancía de costo alto.   

Ya nos había pasado recientemente con los Juegos Bolivarianos. Por primera vez los ganamos, y por enésima vez no los vimos. Nos  pasa a diario. De no ser por la radio y las redes sociales no nos daríamos cuenta al instante de esos resultados que nos enorgullecen como colombianos y que nos dan esperanzas como país. Eso sí, tenemos héroes sin imagen, y ha falta que nos hace verlos.

Puede que el deporte no sea el mejor negocio para la televisión (eso dicen algunos), puede que no le de votos a muchos políticos (por eso a veces le quitan el apoyo), pero lo que sí está claro es que a través de él se pueden construir otros imaginarios, otros referentes y otros ídolos más positivos para un país que necesita de ellos.

Mientras Ávila se convertía en el héroe sin imagen de la semana, la pantalla de televisión abierta, la que tiene el 80% de los hogares colombianos,  la barata, la de todos, la del pueblo, mostraba en sus distintos canales a un narcotraficante, a una cantante, a unos músicos y a unos señores alemanes de la DW hablando de economía. Difícil así ponerle referentes cercanos a un joven de mi pueblo.

sábado, 1 de marzo de 2014

Comida a la carta no hay, pero el Nacional de Osorio tiene sazón


Los equipos de fútbol son como los vinos y los quesos, que necesitan tiempo de añejamiento para alcanzar un buen sabor, o como los platos de comida gourmet, que requieren una larga preparación. Sin embargo, en el fútbol nuestro, con torneos de tres meses y medio, con aficiones cada vez menos numerosas pero más exigentes y beligerantes, y con directivos cortoplacistas y carentes de planeación, los equipos se han vuelto como las carnes que venden en las noches en algunos rincones de la ciudad, que hay que soplarlas con un secador de pelo para que aceleren su proceso de asado y se puedan consumir. 

El fútbol de hoy en Colombia es una comida rápida, de satisfacción inmediata, con homogenización en sus procesos, y con el mismo insípido sabor. Por fortuna, hay excepciones que rompen el molde y permiten saborear una nueva sazón.

En el menú del torneo local, que ya se sirve de lunes a lunes a cualquier hora, el Nacional de Juan Carlos Osorio, el de hoy, es un plato distinto.  Hago una precisión: no he dicho que sea delicioso ni que sea exquisito, porque todavía no lo es, aunque poco a poco el técnico le echa pizcas de condimentos que le han venido dando un gusto particular. Utilicé el adjetivo “diferente”, porque el aroma y el sabor de Nacional son distintos a lo que ofrece el bongo diario del fútbol colombiano.  

Osorio llegó y empezó un proceso largo, pero con necesidades inmediatas. Su receta es de lenta cocción, pero ante la hambruna de títulos de sus hinchas y de algunos directivos, se inventó la fórmula para sacar platos de comida rápida de la misma olla en la que se cocinaba un plato gourmet. Muchos olvidan ahora que su fútbol no gustaba porque le faltaba algo de picante; que los jugadores que trajo no eran aceptados, porque eran condimentos  simples; y que su primer título tuvo un sufrimiento particular por los traspiés en el inicio del cuadrangular, su receta estuvo a punto de quemarse porque faltaba revolver.

Para muchos, la virtud del profesor Osorio está en la coraza que tuvo para recibir la dura crítica; con la misma actitud de Ratatouille cuando llegaba la esperada, temida y desvelada crítica de Anton Ego (Ego es un personaje de la película al que no le gusta nada, no ningún colega de ocasión, así el apellido del personaje lo sugiera). Para mí, el secreto estuvo en que ante esa presión (aclaro que a mí tampoco me gustaba la expresión futbolística insípida de ese Nacional del comienzo de la era Osorio), el técnico le supo poner el suficiente “secador” al plato que pretendía cocinar. Aceleró la cocción. Así, consiguió saciar el hambre de muchos, mientras cocinaba un fútbol con más sazón.


 A Osorio le falta tiempo para terminar un plato digno de paladares exquisitos; pero ya huele y sabe bien.  Ojalá esté en Colombia el tiempo suficiente para terminar su receta; para brindar en su nombre con un buen vino. 

Esta película ya la vimos…


Vuelve y juega. Ahora es Hernán Torres el que toma el comando técnico del independiente Medellín. Un nuevo técnico. ¿Uno más? ¡Qué rápido pasaron Bolillo, Oscar Pérez y Pedro Sarmiento! ¿Malos técnicos o equipos malos?, muy difícil saberlo si “el proyecto” duró de 10 o 13 partido. El cuadro rojo no es la excepción a la norma del fútbol colombiano: cuando las cosas no funcionan, el técnico se debe ir.  “En todo el mundo es así”, dirán algunos. “En todo el mundo los torneos no son tan cortos”, respondo yo.

La historia en el equipo rojo se repite: el técnico llega casi en la mitad del torneo, habla de un proyecto, no tiene tiempo para trabajar, hace ajustes sobre la marcha y  el equipo consigue algunos resultados que ilusionan.  A veces alcanza para clasificar, otras veces no. A continuación, comienza un nuevo torneo, el equipo no funciona, hay corto circuito, y vuelven a cambiar el fusible que es el entrenador. Es lo mismo. 4 entrenadores en dos años; y para ajustar, cuatro presidentes en el mismo periodo de tiempo.

Dicen en mi ciudad que “cuando uno no sabe para dónde va, cualquier bus le sirve”. Ahora perdonen lo duro del parafraseo, pero hay que decirlo: “cuando un equipo no tiene claro su norte, cualquier técnico le sirve, cualquier jugador también, y como en el DIM, hasta cualquier presidente”.

Claro, uno entiende que en estos tiempos de competitividad excesiva los resultados sean los que gobiernen. Por eso se volvió norma el “hay que ganar, y ganar como sea”. Esa parece ser la peligrosa consigna que se aplica en el fútbol y en muchos sectores y actividades de la sociedad. Peligroso pensamiento. Se perdieron el direccionamiento, el pensamiento estratégico y la planeación. Algunos han ganado de cualquier forma, pero eso no puede ser motivo suficiente para que algunos justifiquen la consigna. 

Debo confesar que le creo mucho a Hernán Torres. Es un técnico serio y trabajador. Es un buen tipo y sus intenciones son claras. Ojalá logre con el Medellín lo que él sueña. Eso sí, no veo claridad ni en la institución, ni el sus directivos, ni en sus accionistas, ni en el grupo de jugadores. Esos serán los mayores obstáculos para Torres. Ojalá los supere. Gómez, Pérez y Sarmiento no pudieron hacerlos. Y la verdad, a los tres también les creía. Esta película ya la vimos…