Los equipos de fútbol son como los vinos y los
quesos, que necesitan tiempo de añejamiento para alcanzar un buen sabor, o como
los platos de comida gourmet, que requieren una larga preparación. Sin embargo,
en el fútbol nuestro, con torneos de tres meses y medio, con aficiones cada vez
menos numerosas pero más exigentes y beligerantes, y con directivos
cortoplacistas y carentes de planeación, los equipos se han vuelto como las
carnes que venden en las noches en algunos rincones de la ciudad, que hay que
soplarlas con un secador de pelo para que aceleren su proceso de asado y se
puedan consumir.
El fútbol de hoy en Colombia es una comida rápida,
de satisfacción inmediata, con homogenización en sus procesos, y con el mismo
insípido sabor. Por fortuna, hay excepciones que rompen el molde y permiten
saborear una nueva sazón.
En el menú del torneo local, que ya se sirve de
lunes a lunes a cualquier hora, el Nacional de Juan Carlos Osorio, el de hoy,
es un plato distinto. Hago una
precisión: no he dicho que sea delicioso ni que sea exquisito, porque todavía
no lo es, aunque poco a poco el técnico le echa pizcas de condimentos que le
han venido dando un gusto particular. Utilicé el adjetivo “diferente”, porque el
aroma y el sabor de Nacional son distintos a lo que ofrece el bongo diario del
fútbol colombiano.
Osorio llegó y empezó un proceso largo, pero con
necesidades inmediatas. Su receta es de lenta cocción, pero ante la hambruna de
títulos de sus hinchas y de algunos directivos, se inventó la fórmula para
sacar platos de comida rápida de la misma olla en la que se cocinaba un plato
gourmet. Muchos olvidan ahora que su fútbol no gustaba porque le faltaba algo
de picante; que los jugadores que trajo no eran aceptados, porque eran
condimentos simples; y que su primer
título tuvo un sufrimiento particular por los traspiés en el inicio del
cuadrangular, su receta estuvo a punto de quemarse porque faltaba revolver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario