sábado, 1 de marzo de 2014

Comida a la carta no hay, pero el Nacional de Osorio tiene sazón


Los equipos de fútbol son como los vinos y los quesos, que necesitan tiempo de añejamiento para alcanzar un buen sabor, o como los platos de comida gourmet, que requieren una larga preparación. Sin embargo, en el fútbol nuestro, con torneos de tres meses y medio, con aficiones cada vez menos numerosas pero más exigentes y beligerantes, y con directivos cortoplacistas y carentes de planeación, los equipos se han vuelto como las carnes que venden en las noches en algunos rincones de la ciudad, que hay que soplarlas con un secador de pelo para que aceleren su proceso de asado y se puedan consumir. 

El fútbol de hoy en Colombia es una comida rápida, de satisfacción inmediata, con homogenización en sus procesos, y con el mismo insípido sabor. Por fortuna, hay excepciones que rompen el molde y permiten saborear una nueva sazón.

En el menú del torneo local, que ya se sirve de lunes a lunes a cualquier hora, el Nacional de Juan Carlos Osorio, el de hoy, es un plato distinto.  Hago una precisión: no he dicho que sea delicioso ni que sea exquisito, porque todavía no lo es, aunque poco a poco el técnico le echa pizcas de condimentos que le han venido dando un gusto particular. Utilicé el adjetivo “diferente”, porque el aroma y el sabor de Nacional son distintos a lo que ofrece el bongo diario del fútbol colombiano.  

Osorio llegó y empezó un proceso largo, pero con necesidades inmediatas. Su receta es de lenta cocción, pero ante la hambruna de títulos de sus hinchas y de algunos directivos, se inventó la fórmula para sacar platos de comida rápida de la misma olla en la que se cocinaba un plato gourmet. Muchos olvidan ahora que su fútbol no gustaba porque le faltaba algo de picante; que los jugadores que trajo no eran aceptados, porque eran condimentos  simples; y que su primer título tuvo un sufrimiento particular por los traspiés en el inicio del cuadrangular, su receta estuvo a punto de quemarse porque faltaba revolver.

Para muchos, la virtud del profesor Osorio está en la coraza que tuvo para recibir la dura crítica; con la misma actitud de Ratatouille cuando llegaba la esperada, temida y desvelada crítica de Anton Ego (Ego es un personaje de la película al que no le gusta nada, no ningún colega de ocasión, así el apellido del personaje lo sugiera). Para mí, el secreto estuvo en que ante esa presión (aclaro que a mí tampoco me gustaba la expresión futbolística insípida de ese Nacional del comienzo de la era Osorio), el técnico le supo poner el suficiente “secador” al plato que pretendía cocinar. Aceleró la cocción. Así, consiguió saciar el hambre de muchos, mientras cocinaba un fútbol con más sazón.


 A Osorio le falta tiempo para terminar un plato digno de paladares exquisitos; pero ya huele y sabe bien.  Ojalá esté en Colombia el tiempo suficiente para terminar su receta; para brindar en su nombre con un buen vino. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario