sábado, 12 de enero de 2013

Tiro Libre 38 - A todo señor…


A todo señor…
Por Jaime Osorio
@jhonjaimeosorio

Publicado el miércols 19 de diciembre de 2012 en la Columna Tiro Libre del periódico Qhubo

Aunque ya los recibió todo el fin de semana por lo hecho en la final, hay muchas razones de más peso para rendirle honores a Hernán Darío Gómez como técnico de fútbol. Dos de ellas, en particular, me motivaron estas líneas. La primera es un asunto circunstancial. Como los buenos capitanes de navío, no abandonó el barco cuando todo apuntaba el naufragio. Por el contrario, aguantó el vendaval  y las aguas turbias, y se puso al frente del barco. Finalmente, no solo condujo al Medellín en medio de una horrorosa tempestad, sino que lo llevó a puerto seguro después de que esta terminó y sembró esperanzas para sus próximas salidas al mar.

Dejo hasta ahí la analogía para decirlo más directo: Bolillo le devolvió el alma y la esperanza, futbolísticamente hablando, a un equipo centenario del que poco había y en el que nadie creía hace 5 meses. Obviamente, el trabajo administrativo encabezado por Julio Roberto Gómez fue fundamental, pero quiero  ocuparme hoy solo de lo futbolístico.

Que fue muy defensivo, que salía a aguantar, que ganó en los minutos finales, que su fútbol no era vistoso y que cuando la clasificación estaba complicada no tuvo calma y terminó expulsado… absolutamente cierto. Pero también lo es, que mostró trabajo, que su equipo tuvo orden, que aprovechó al máximo los recursos que tuvo y que a punta de táctica compensó las carencias en nómina que tenía la institución. Eso es lo meritorio. O ¿cuántos otros con tan poco hacen tanto? y ¿cuántos otros con mucho hacen menos?

Mi segunda razón para acordarme del técnico subcampeón es más filosófica y tiene que ver con elemento que he reclamado en el fútbol constantemente: la identidad. Sin importar quien juegue o quien dirija, un equipo tiene que tener una esencia: el jogo bonito de Brasil, el fútbol aéreo de Paraguay,  el fuerte y veloz de los africanos, el toque - toque  de Colombia o la garra de Uruguay; el fútbol romántico del Santos, el vertical del Madrid o el exquisito del Barcelona; el buen trato a la pelota de Nacional, la velocidad y potencia del América o el talentoso juego del Cali (identidades perdidas hace rato).

Para mí, en el fútbol como en la vida, primero es la identidad; lo demás son asuntos circunstanciales. Bolillo le devolvió al DIM su marca histórica: un equipo aguerrido y luchador, un equipo de pueblo.

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