A todo señor…
Por
Jaime Osorio
@jhonjaimeosorio
Publicado el miércols 19 de diciembre de 2012 en la Columna Tiro Libre del periódico Qhubo
Aunque ya los recibió todo
el fin de semana por lo hecho en la final, hay muchas razones de más peso para
rendirle honores a Hernán Darío Gómez como técnico de fútbol. Dos de ellas, en particular,
me motivaron estas líneas. La primera es un asunto circunstancial. Como los
buenos capitanes de navío, no abandonó el barco cuando todo apuntaba el
naufragio. Por el contrario, aguantó el vendaval y las aguas turbias, y se puso al frente del
barco. Finalmente, no solo condujo al Medellín en medio de una horrorosa
tempestad, sino que lo llevó a puerto seguro después de que esta terminó y sembró
esperanzas para sus próximas salidas al mar.
Dejo hasta ahí la analogía
para decirlo más directo: Bolillo le devolvió el alma y la esperanza,
futbolísticamente hablando, a un equipo centenario del que poco había y en el
que nadie creía hace 5 meses. Obviamente, el trabajo administrativo encabezado
por Julio Roberto Gómez fue fundamental, pero quiero ocuparme hoy solo de lo futbolístico.
Que fue muy defensivo, que
salía a aguantar, que ganó en los minutos finales, que su fútbol no era vistoso
y que cuando la clasificación estaba complicada no tuvo calma y terminó
expulsado… absolutamente cierto. Pero también lo es, que mostró trabajo, que su
equipo tuvo orden, que aprovechó al máximo los recursos que tuvo y que a punta
de táctica compensó las carencias en nómina que tenía la institución. Eso es lo
meritorio. O ¿cuántos otros con tan poco hacen tanto? y ¿cuántos otros con
mucho hacen menos?
Mi segunda razón para acordarme
del técnico subcampeón es más filosófica y tiene que ver con elemento que he
reclamado en el fútbol constantemente: la identidad. Sin importar quien juegue
o quien dirija, un equipo tiene que tener una esencia: el jogo bonito de
Brasil, el fútbol aéreo de Paraguay, el
fuerte y veloz de los africanos, el toque - toque de Colombia o la garra de Uruguay; el fútbol
romántico del Santos, el vertical del Madrid o el exquisito del Barcelona; el
buen trato a la pelota de Nacional, la velocidad y potencia del América o el
talentoso juego del Cali (identidades perdidas hace rato).
Para mí, en el fútbol como
en la vida, primero es la identidad; lo demás son asuntos circunstanciales. Bolillo
le devolvió al DIM su marca histórica: un equipo aguerrido y luchador, un
equipo de pueblo.
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