Por Jhon Jaime Osorio
@jhonjaimeosorio
Publicado en la columna "De largo aliento" del periódico El Deportivo, el 5 de octubre de 2012
A Bedoya le bajaron de 15 a 11 fechas la sanción por haberle pegado una patada un rival que estaba en el suelo. A Luis Fernando Mosquera le pusieron una sanción de 6 fechas por mostrar los genitales. Al Cartagena le sancionaron la plaza por los disturbios que protagonizaron sus hinchas... Es lo normativo, nada raro hasta ahí. Ahora bien, lo triste es que cada que estos hechos ocurren nadie se ocupe del componente formativo, que lo debe tener el fútbol como parte de la sociedad.
Quien comete errores debe pagar por ellos; para eso están los reglamentos. La sanción es el castigo que impone una norma por un comportamiento indebido; si debió ser más o menos en cada caso es un asunto de revisar los reglamentos y la interpretación que hacen de ellos quienes tienen la responsabilidad de aplicarlos. Eso se debe hacer, pero la discusión no puede quedarse en el número de fechas, eso es lo operativo.
Lo de fondo es qué pasará con esos jugadores o esas plazas sancionadas después de cumplido el castigo. Bedoya y Mosquera volverán a jugar, Cartagena tendrá nuevamente fútbol, y la vida seguirá igual. No debería ser así. A parte de la sanción en fechas, los clubes o la Dimayor deberían tener alguna estrategias para trabajar con el jugador y con los aficionados, de tal forma que cumplida la sanción haya cierta disposición para que los actos no se repitan. Eso se hace con formación. No basta el castigo, se requiere un aprendizaje a partir de él.
Esto último suena bonito, pero es una idea difícil de vender. Ni siquiera la sociedad lo hace: quien purga una condena por un delito difícilmente vuelve a la sociedad rehabilitado para no volver a delinquir. En el fútbol es igual. Pagar la sanción en fechas no implica recuperar al ser humano. El fútbol debería rehabilitar a sus hombres, porque es el mismo fútbol el que los lleva a cometer esos actos censurables.
Tampoco es solución la estigmatización social, y mucho menos la exclusión total, que algunos llegaron a pedir para Bedoya. No basta con multar y sancionar. De vez en cuando, es bueno pesar en el ser humano que cometió el error. Que pague, sí, pero que reciba ayuda. No todo puede ser negocio.
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